Seres maléficos y enfermedades: simbología y psicología del origen de los males en la Antigua Mesopotamia
En la conferencia ofrecida en el marco de la Diplomatura de Mitología y Simbología (ISCREB), la especialista Adelina Millet profundizó en la concepción de los demonios y espíritus malignos en la Antigua Mesopotamia. A lo largo de su intervención desgranó cómo los pueblos semíticos entendían la enfermedad, la muerte, los espíritus protectores y destructores, y cómo estas creencias influyeron, más tarde, en las tradiciones bíblicas y en el desarrollo del judaísmo y el cristianismo.
El universo de los seres malignos
En acadio no existía un término único para designar a los demonios: se hablaba de mimma lemnu («todo lo malo»). Esto englobaba desde almas en pena (eṭemmu) hasta espíritus personificados como asakku, namtaru o utukku lemnu. Los temores estaban ligados a realidades concretas como el dolor, la fiebre o la vigilancia invisible de espíritus. El lenguaje evitaba nombrar lo nefasto directamente, y utilizaba eufemismos rituales. También existían Lilû y Lilītu, vinculados al aire y precursores de la figura rabínica de Lilith.
Lammaštu y los espíritus del caos
Uno de los seres más temidos era Lammaštu, representada como mujer con cabeza de león y alas, que atacaba sobre todo a madres y recién nacidos. Reflejaba la enorme mortalidad infantil de la época. Frente a ella se recurría a rituales, diagnósticos mediante augurios y el uso de amuletos o figuras protectoras. Otros seres híbridos como Pazuzu o los colosos Lamassu cumplían también funciones de protección, recordando que la frontera entre lo maligno y lo protector era difusa.
Demonología y Biblia: conexiones y diferencias
Según Millet, la incidencia de estos relatos en la redacción bíblica es limitada. El nombre de Lilith aparece en Isaías, pero sin la caracterización posterior rabínica. Satán, por su parte, no deriva de Mesopotamia sino de la influencia iraní y de religiones dualistas.
Con el contacto con Persia y el zoroastrismo, el judaísmo incorporó la idea de un mal personificado en lucha con el bien, lo que desembocó en la angelología y demonología posteriores del judaísmo y cristianismo.
La investigadora recalcó que la demonología bíblica no puede entenderse como una mera copia de la mesopotámica, sino como el resultado de un proceso complejo de contactos culturales y reinterpretaciones teológicas. Mientras que en Mesopotamia los espíritus eran agentes concretos asociados a enfermedades, muertes súbitas o accidentes, en la Biblia se observa un desplazamiento hacia un plano más moral y comunitario.
Los profetas no describen a los demonios con detalle, sino que denuncian la idolatría, la injusticia o la corrupción como causas del mal. Asimismo, el desarrollo de la figura de Satán en el judaísmo tardío responde más a la influencia persa que a la tradición mesopotámica. En los textos apocalípticos, Satán deja de ser un mero adversario o acusador en la corte celestial para convertirse en líder de las fuerzas del mal, en clara sintonía con la visión dualista iraní del cosmos dividido entre huestes divinas y malignas.
De esta forma, el contacto con el zoroastrismo no solo aportó categorías conceptuales como la lucha entre luz y tinieblas, sino que también reforzó la necesidad de un horizonte ético universal, en el que la fidelidad a Dios implicaba resistir al mal cósmico.
Millet concluyó que, más allá de las diferencias, el legado común es la constatación de que el ser humano, desde la Antigüedad, ha buscado explicar el sufrimiento y la desgracia integrándolos en un marco narrativo que diera sentido al mundo.
El papel de los dioses: arbitrariedad y miedo
Para los mesopotámicos, nada sucedía por azar. Todo, incluso lo fortuito —un eclipse, la aparición de un león, un sueño perturbador— era interpretado como mensaje divino. La arbitrariedad de los dioses generaba angustia, ya que un mismo ritual podía salvar o condenar. Ishtar se distinguía como la diosa más caprichosa, capaz de atacar sin provocación, a diferencia de otros dioses que exigían un motivo. Esta percepción reforzaba la inseguridad de los humanos frente a lo divino.
De lo ritual a lo ético: la influencia iraní
En las religiones semíticas antiguas no existía un concepto abstracto de «mal». Había males concretos causados por fallos rituales. La dimensión moral y ética apareció más tarde, con el contacto con las religiones iraníes dualistas, que introdujeron la lucha entre bien y mal. Así, prácticas como matar o robar, aunque ya se consideraban negativas, pasaron a entenderse como ofensas que afectaban también a la relación con los dioses.
La exposición de Adelina Millet muestra cómo los pueblos mesopotámicos elaboraron complejas formas de interpretar y conjurar el mal, desde espíritus que encarnaban enfermedades hasta dioses imprevisibles como Ishtar. Estos miedos y estrategias de protección, aunque nacidos en contextos muy distintos, resonaron más tarde en tradiciones religiosas posteriores, configurando una visión simbólica que aún hoy alimenta nuestra manera de pensar el mal, el destino y la fragilidad humana.
Artículo original aparecido en el blog de Cristianisme i Justícia