El amor no es consuelo, es luz
La publicación del último trabajo de Rosalía, Lux, ha levantado un gran revuelo. Obispos, periodistas, pensadores, opinadores, músicos... han entrado en el debate. Algunos ven un retorno de la religión -o, más bien, de la espiritualidad- otros, en cambio, desconfían de la utilización de símbolos cristianos arrinconados durante décadas por nuestra sociedad secularizada.
Esta polémica me toca de cerca. Hace años que, por diversos motivos, me dedico a pensar, leer y escribir sobre el fenómeno religioso en la posmodernidad. He intentado buscar las claves de interpretación y, ahora, en plena efervescencia de la discusión, me atrevo a plantear algunas consideraciones.
Antes que nada, el interés de Rosalía por la espiritualidad viene de lejos. El 2017, la cantante de Sant Esteve de Sesrovires publicó un videoclip titulado “Aunque es de noche”. Se trataba de una versión del poema de San Juan de la Cruz “Qué bien sé yo la fonte” con música del cantaor flamenco, Enrique Morente.
Es un trabajo que aúna la profundidad mística del fraile carmelita, la religiosidad popular y la estética de la tecnocultura. Una combinación que permite a la cantante mostrar su búsqueda de la trascendencia que me resulta verosímil.
En segundo lugar, en Lux cita explícitamente una frase de Simone Weil, una autora que me ha influido mucho y sobre la cual el filósofo Byung Chul Han, premio Princesa de Asturias, acaba de escribir el libro Sobre Dios. Pensar con Simone Weil.
Ahora bien, en el 2023, Rosalía ya publicó un twit con la portada del libro de esta pensadora francesa, La gravedad y la gracia, con un post-it enganchado que decía, “Te amo”, con un corazón dibujado.
La cita de Weil reproducida en el CD es “El amor no es consuelo, es luz”. Esta afirmación procede precisamente de La gravedad y la gracia, concretamente del apartado dedicado al desprendimiento. En realidad, Weil no publicó ningún libro en vida. Aun así, cuando estaba en el Sur de Francia huyendo de los nazis, coincidió con Gustave Thibon y, al exiliarse en los Estados Unidos, le entregó sus cuadernos de notas, los Cahiers. Tras su muerte, Thibon seleccionó frases de estos cuadernos, las agrupó por temas y editó el que sería el primer libro de Weil publicado póstumamente.
En concreto, este pensamiento está extraído del Cahier 6. Forma parte de una reflexión sobre la cruz. Weil hace una referencia implícita a la parábola del buen samaritano. Un encuentro repentino con la desdicha que nos puede generar amargura. Sin embargo, este sentimiento de desconsuelo no estorba la experiencia del amor a Dios. El sufrimiento no nos impide captar la belleza escondida de la realidad. En aquellos momentos, Weil padecía los estragos de la II Guerra Mundial y los llega a comparar con la destrucción de Troya y de Cartago. En este contexto reivindica la esperanza proporcionada por el desapego.
Por lo tanto, seguramente hay que interpretar esta frase de Weil como una invitación a entender que el amor no siempre implica bienestar, sino que es luz, es decir, nos muestra la realidad, nos hace estar atentos, como le pasó al buen samaritano, para poder percibir la belleza latente más allá de las adversidades. En todo caso, es una afirmación muy profunda que nos quiere rescatar de la trivialización del amor.
Finalmente, quizás nos encontramos, como dicen algunos, en un momento de revival, de retorno de lo sagrado, de recuperación de la religión, de renacimiento espiritual. En mi opinión nos encontramos, como he defendido en varios libros y artículos, en una reconfiguración del hecho religioso que se incultura en un mundo nuevo, posmoderno -que da prioridad a la experiencia personal-, globalizado -que rompe las fronteras de los monopolios religiosos-, y que se transmite a través de los nuevos dispositivos culturales: las redes, la música y la exaltación de la imagen. Todo un reto que debemos asumir.