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Eloi Aran: “Lo que parece inútil es a menudo lo que nos hace más humanos”

Lucia Montobbio/ Agència Flama

¿Qué mantiene unidos a quienes comparten una casa, una ciudad o incluso una visión del mundo? En El afán inútil de los constructores (Fragmenta, 2025), el arquitecto y teólogo Eloi Aran explora ese hilo invisible que sostiene las comunidades. Inspirado en el Salmo 127 y en diálogo con pensadores como Lluís Duch o Martin Heidegger, Aran combina vivencias personales, referencias bíblicas y reflexiones arquitectónicas para cuestionar la lógica funcionalista y la obsesión contemporánea por la productividad. Ante una modernidad que reduce la vida a lo útil, propone recuperar una arquitectura compasiva y abierta al misterio, capaz de convertir lo aparentemente “inútil” en un espacio de sentido y de cuidado compartido.

Como arquitecto y teólogo, ¿qué le llevó a escribir este libro?

Todo empezó cuando vi que la Editorial Fragmenta proponía una nueva colección: Asaltar la Biblia. Se trataba de una línea que ofrecía libros de ensayo sobre temas contemporáneos a través de la relectura de pasajes bíblicos célebres, con un estilo fresco y una mirada humanista y transversal. Siempre he creído que hay conexiones inesperadas entre la arquitectura y la Biblia. El Salmo 127, que inspira el título de este libro, es un ejemplo claro. Me pareció que esos versículos escondían un hilo muy interesante que explorar, y decidí convertirlo en libro.

¿Cuándo empezó a trabajar en el texto?

Empecé el verano pasado. Quería evitar un ensayo demasiado teórico o esotérico; me parecía más honesto y útil que fuera un texto aterrizado, que partiera de experiencias concretas. Por eso cada capítulo se abre con una vivencia personal.

Cierto. El capítulo “casa” comienza con la descripción de una fotografía familiar, el capítulo “ciudad” con la imagen de un cojín colgado en un árbol de una calle transitada de Barcelona, y el capítulo “mundo” con un cementerio entre viñedos y escuelas. ¿Qué simbolizan esas imágenes?

La primera es una fotografía con mi hermana, de cuando éramos pequeños. Mi hermana tiene síndrome de Down. Ahí quería transmitir que todo empieza desde la debilidad, que encuentra un lugar central dentro del espacio doméstico y afectivo; la segunda imagen, la del cojín colgado, simboliza la ciudad: una comunidad necesita un relato compartido, un sueño que la una y la impulse hacia el bien común; finalmente, la tercera es un cementerio. Esta remite al mundo en su dimensión histórica y trascendente, a la conciencia del tiempo y a la memoria de quienes nos han precedido y que, incluso cuando parecen inútiles, siguen formando parte de nosotros.

La división en estos tres capítulos, que se inician con esas tres imágenes, ¿encuentra inspiración en Lluís Duch? ¿En sus llamadas “estructuras de acogida”?

Sí, absolutamente. Él hablaba de las “estructuras de acogida” que nos configuran como personas: la co-descendencia (la familia), que correspondería al primer capítulo: la casa. La co-residencia (la ciudad y la política), que se refiere al segundo capítulo: la ciudad. Y la co-trascendencia (la mirada global y religiosa), que introduce el tercer capítulo: el mundo.

Son tres ámbitos que hoy en día a menudo se ven como inútiles o prescindibles, pero que en realidad son esenciales. Me pareció que conectaban muy bien con el salmo que repetía esa idea de inutilidad.

La palabra inútil se repite hasta tres veces en 8 líneas. ¿Por qué tanta insistencia en lo “inútil”?

Ese versículo, como explico en la introducción, lo descubrí gracias al arquitecto y jesuita Josep Baquer, que lo utilizaba para bendecir la mesa:
“Si el Señor no construye la casa, es inútil el afán de los constructores.
Si el Señor no guarda la ciudad, es inútil que vigilen los centinelas.
Es inútil que os levantéis tan de madrugada y os acostéis tan tarde,
para comer un pan que ganáis con tanto esfuerzo:
¡hasta cuando duermen, él se lo da a sus amigos!”

Este salmo fue el punto de partida del libro. La repetición de “inútil” llama la atención, pero precisamente esa palabra nos invita a mirar desde otra perspectiva todo aquello que solemos rechazar o despreciar. Lo que parece inútil es a menudo lo que nos hace más humanos. La modernidad funcionalista ha reducido la vida a la utilidad inmediata: sirve o no sirve. Pero lo que no tiene un uso práctico suele ser lo que nos humaniza y nos da sentido: el tiempo gratuito, la fragilidad, la belleza que no sirve para nada… todo eso nos ayuda a crecer como personas.

Viniendo hoy al trabajo, he visto a una persona en situación de sin hogar durmiendo junto a un cine, que antes servía de refugio y ahora no porque la entrada está cerrada con una persiana. Pensaba en lo que escribe sobre la arquitectura compasiva. ¿Por qué incomoda ser útil de esa manera?

La que eliges es una imagen potente. Que se repite en varios lugares de nuestra ciudad, e incluso en espacios a los que se les presupone acogida. Este ejemplo está vinculado a la perspectiva compasiva de la arquitectura. Y también a la parábola del Buen Samaritano, que revela nuestra tendencia a la aporofobia.
Situamos al pobre, al frágil, en el rincón, en el margen, lo más apartado posible, y lo vamos expulsando. La parábola del buen samaritano también nos invita a reflexionar sobre los espacios y sobre el uso que damos al espacio sagrado.
Como decían Xavier Pikaza, González Faus y otros: los pobres son los vicarius Christi. Por tanto, poder acoger a quienes viven en los márgenes debería ser un rasgo característico y significativo de un espacio verdaderamente humano.

¿Hay algún ejemplo, en Barcelona, de arquitectura compasiva?

Sí. Tenemos, por ejemplo, el Hospital de Campaña de Santa Anna, que funciona muy bien y visibiliza esa función humana, social y caritativa de la arquitectura, más allá de la compasión entendida superficialmente.
En el libro cito la serie The Architect. En sus episodios se muestra cómo cierto mobiliario urbano podría ser acogedor, pero en cambio, por criterios de diseño o por otras razones, se convierte en un elemento que castiga y expulsa a las personas, en lugar de mejorar su vida.

Después de la referencia sobre la serie The Architect, cita a Italo Calvino, Las ciudades invisibles, para hablar del infierno. El infierno presente es el compás frenético. ¿Qué forma adopta la arquitectura para contestar a ese infierno?

La verdadera arquitectura hoy sería la que nos enseña a esperar. Las salas de espera antes de ser atendidos, antes de ser tratados… La utilidad de la arquitectura sacra también viene definida por la espera. Volvemos a la arquitectura que considera la pasividad, pero también la compasión, que piensa en la alteridad. La que deja hacer y acoge.

Habla de la ciudad como un espacio de tramas yuxtapuestas y de cacofonía que dificulta la escucha y el diálogo. ¿Cómo podríamos transformar las ciudades?

Una ciudad es buena si nos hace mejores personas, y eso es algo que casi nadie se pregunta. ¿Cómo puede una ciudad hacernos mejores personas? Hay ejemplos de arquitectura social que lo tienen en cuenta: viviendas protegidas con espacios para relacionarse… pero muchas veces todo acaba siendo mercantilizado, como los grandes centros comerciales con halls enormes.

Un buen ejemplo es Bellvitge. Viví allí durante 5 años. Urbanismo moderno, bloques bien orientados y ventilados, pero también con una planta pensada para la relación entre vecinos, con ramblas y servicios en los extremos. Los niños pueden ir en bicicleta, la gente se encuentra… es una ciudad pensada para que la vida comunitaria tenga sentido, no solo para encajar al máximo de gente posible.

Sobre esta relación entre “habitar” y “construir” también reflexiona Heidegger. ¿Qué similitud hay entre el pensamiento del filósofo y el salmo 127 o la sabiduría bíblica en general?

Sí que es cierto que puede haber un vínculo entre la reflexión de Heidegger y el Salmo 127, un puente que nos habla de lo que significa habitar más allá de simplemente construir. Heidegger señala que bauen, construir, significaba originalmente habitar. Construir, habitar no se trata solo de construir casas. Es, más bien, crear lugares donde podamos cuidar de la cuaternidad (tierra, cielo, divinos, mortales).

Me gusta una cita que no he incluido en el libro. Es un pasaje donde el rey David expresa el deseo de construir un templo para Dios, pero Dios le responde a través del profeta Natán, indicando que no será David quien construya el templo, sino su hijo. Esta respuesta subraya la idea de que Dios no necesita una casa construida por manos humanas, ya que es el creador del universo.

Esto nos recuerda que a menudo tenemos una mirada muy corta, limitada a lo útil o práctico. El Salmo 127 eleva la casa, la ciudad y el mundo a otro nivel, mostrando que lo que a primera vista parece inútil puede tener una importancia mucho mayor de lo que pensamos.

¿Por qué vale la pena seguir construyendo?

Somos constructores, no solo físicamente: moralmente también. Todo lo que hacemos tiene consecuencias: construir barreras, desconfianzas o solidaridad. El acto de construir nunca es neutral. Dedicarnos a las “aparentes inutilidades” abre la posibilidad de que nuestra vida sea testimonial. Lo que parece inútil a menudo tiene una importancia mayor de la que imaginamos.

Enlace original de la entrevista, aparecida en Flama.

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