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Criaturas míticas y esperanza: lo que Harry Potter revela de nosotros mismos

Lucia Montobbio - Cristianisme i Justícia

¿Cuál es el secreto de una historia que permanece? ¿Qué hace que una novela se convierta en un fenómeno de masas? ¿Qué la transforma en algo más que entretenimiento? Estas preguntas motivaron a la escritora y doctora en comunicación Nerea Riesco a emprender su investigación sobre los best sellers. Su respuesta fue clara: aquellas historias que perduran son las que conectan con lo más profundo del alma humana. Y una de las formas más potentes de hacerlo es a través de los mitos.

En la conferencia impartida en la Jornada Presencial del ISCREB, Riesco profundiza en el caso de la saga de Harry Potter, una de las más exitosas de finales del siglo XX. Lo hace desde una mirada que va mucho más allá de la magia, la escuela de hechicería o los enfrentamientos entre el bien y el mal. Lo hace desde el inconsciente colectivo.

Carl Jung acuñó el término «inconsciente colectivo» para referirse a los símbolos universales que compartimos los seres humanos, incluso sin conocernos. Riesco los encuentra en Harry Potter y demuestra que J. K. Rowling los utiliza de forma consciente, tejiendo su historia con ingredientes que provienen de tradiciones mitológicas diversas: griega, romana, celta, egipcia, india, china y británica. Esta mezcla es lo que da fuerza interna y coherencia a la saga. Lo que la hace reconocible, cercana, significativa.

Hablar de unicornios, fénix, centauros, dragones o perros de tres cabezas no es hablar de pura fantasía, sino de símbolos que nos remiten a ideas fundamentales: la esperanza, la sabiduría, la vida eterna, la lucha entre el bien y el mal, el renacimiento. Riesco, en su libro Mitología de Harry Potter, distingue entre animales fantásticos y seres extraordinarios. Unos son criaturas mágicas; otros, figuras humanoides con carácter y voluntad. Ambos, sin embargo, nos remiten a un fondo común que llevamos impreso en el alma.

Tomemos el ejemplo del fénix, Fawkes en la saga. Esta ave renace de sus cenizas, por lo que representa la esperanza que no muere nunca, incluso cuando parece que todo está perdido. Rowling no solo recupera la leyenda del ave egipcia de Heliópolis o del Fèng Huáng chino, sino que da a su fénix el nombre de Guy Fawkes, el conspirador que intentó hacer volar el Parlamento británico en 1605. Esta referencia, que evoca la rebelión en V de Vendetta y el colectivo Anonymous, muestra cómo los símbolos se reconfiguran según la época y el mensaje.

También aparecen los centauros, orgullosos y sabios, herederos de los relatos de Ovidio. O el unicornio, cuya sangre puede prolongar la vida, pero conlleva una maldición. O el perro de tres cabezas que Rowling convierte en guardián de la piedra filosofal, como Cerbero en el Hades. O los dragones, que beben tanto de la iconografía medieval cristiana —donde representan al mal que deben vencer los santos— como de la tradición oriental, donde son símbolo de poder y fertilidad.

Lo fascinante de esta relectura no es solo descubrir los vínculos con el pasado, sino reconocer cómo estas criaturas siguen hablando de nosotros hoy. En un tiempo en que el pensamiento racional e ilustrado despoja de misterio al mundo, obras como Harry Potter nos reconectan con la dimensión simbólica de la existencia. Nos recuerdan que necesitamos relatos que despierten la imaginación, que nos permitan explorar el mal sin sucumbir a él, que nos muestren que la muerte puede ser vencida, que hay luz incluso en medio de la oscuridad.

No es casualidad que en tiempos de crisis resurjan los mitos. Como afirma Riesco, la mitología no es decoración. Es estructura. Es fondo. Es lo que permite que una historia tenga raíces. Quizás, por eso, miles de jóvenes —y no tan jóvenes— siguen leyendo Harry Potter con devoción. Porque encuentran en sus páginas algo más que aventuras: encuentran símbolos que les ayudan a interpretar el mundo, a encontrar sentido, a tener esperanza.

Y quizás, como educadores, teólogos o comunicadores, esta sea una invitación a mirar de nuevo la literatura popular, no con condescendencia, sino con atención. A preguntarnos qué nos está diciendo sobre las inquietudes, las búsquedas y las heridas de nuestra época. Y a reconocer que, en medio de lo cotidiano, aún necesitamos magia. Una magia que, al final, no es otra cosa que la fuerza de los grandes relatos compartidos.

Artículo original aparecido en Cristianisme i Justícia

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