¿Quién soy yo?
Shantivanam Ashram es un pequeño monasterio cerca de Trichy, en Tamil Nadu (India). Afiliado a la orden benedictina de la Camáldula, tiene la peculiaridad de querer servir de puente entre la espiritualidad hindú y la fe cristiana. Pasé allí una sola noche, pero conservo una nostalgia viva. Hablamos con el prior y con un joven monje que me impresionó. Las vísperas fueron sencillas y hermosas.
Del fundador, el benedictino Henri le Saux (Abhishiktananda), se han traducido varios libros al catalán, y también fue muy conocido su sucesor, dom Bede Griffiths. Hoy, toda la comunidad es india. El joven monje nos habló de un maestro hindú, Ramana Maharshi. Después de una experiencia espontánea de “despertar” a los dieciséis años, se retiró a la montaña sagrada de Arunachala, donde vivió hasta su muerte, ya anciano, rodeado de discípulos. Por curiosidad pedí a un fraile indio que me consiguiera algún libro suyo. Me trajo ¿Quién soy yo?, resumen de su enseñanza.
Según Maharshi, el mundo creado por la mente nos esclaviza, y propone un camino curioso para liberarse de él: ante cualquier pensamiento, sentimiento o deseo, hay que preguntarse “¿A quién ha venido este pensamiento?”. La respuesta obvia es “A mí”. Entonces hay que preguntar: “¿Y quién soy yo?”. La pregunta no busca una respuesta, sino recoger la atención hacia sí misma, quedándose a las puertas del misterio del “yo”.
Estos días he hecho algunos experimentos “maharshianos”. Intento adelgazar y a menudo me vienen deseos de comer. Preguntarme “¿a quién viene este deseo?” y aplicar el método de Maharshi me ha sido útil: desviar la atención hacia el propio yo me ayuda a tomar distancia respecto al objeto deseado, y me conduce a un cierto silencio interior.
Sin embargo, veo claramente que no podría seguir a Maharshi hasta el final. Según él, llega un momento en que te das cuenta de que solo hay un “yo”: el que mira a través de tus ojos no eres tú, sino el yo universal. Reconozco que este punto me abruma, incluso me angustia un poco. De hecho, pienso que san Francisco vivió una experiencia semejante cuando, al final de su vida, rezaba dirigiéndose a Dios con las preguntas: “¿Quién eres tú? ¿Quién soy yo?”.
Experiencias semejantes, pero también diferentes: el cristiano se encuentra ante un doble misterio —el propio y el de Dios—, y quizá su gran palabra sea más bien el “tú”: el “tú” que Dios le dirige, a menudo sin que él lo busque, y el “tú” que, en correspondencia, él procura dirigir a Dios.