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Unidad que hace crecer: la harmonia sinodal de la Iglesia

Redacció

La reflexión teológica reciente presentada por Ezequiel Mir, publicada en la sección de opinión en la página web Iglesia de Barcelona, muestra que la sinodalidad no es una iniciativa puntual ni una estrategia funcional, sino una dimensión constitutiva de la identidad eclesial. Arraigada en la Trinidad, revela que la Iglesia vive y crece mediante relaciones animadas por el amor mutuo. La Asamblea Sinodal ha profundizado en esta visión, subrayando que la unidad cristiana no consiste en la uniformidad, sino en una armonía donde la diversidad personal, cultural y espiritual se convierte en riqueza compartida.

Este fundamento relacional, que tiene su origen en la vida trinitaria, sitúa a la persona como un ser destinado al diálogo y al encuentro. La Iglesia, definida como pueblo reunido por la unidad del Padre, del Hijo y del Espíritu, testimonia que la madurez humana se realiza en la apertura al otro. De esta dinámica nace una comunidad donde las diferencias no se borran, sino que son integradas por el Espíritu Santo, “maestro de la armonía”, para que sirvan al bien común.

La familia, calificada por el Concilio Vaticano II como “Iglesia doméstica”, se presenta como el primer espacio donde se aprende a caminar juntos. En ella se experimentan la confianza, el perdón, la corresponsabilidad y el discernimiento compartido, elementos esenciales de lo que más tarde se convierte en vida sinodal en la comunidad cristiana. A pesar de sus fragilidades, la familia continúa siendo la primera escuela de humanización, donde la unidad y la diversidad se despliegan en forma de convivencia cotidiana.

Desde este arraigo vital, la sinodalidad se extiende a toda la vida eclesial: el Espíritu suscita carismas, vocaciones y ministerios que reclaman reconocimiento y participación corresponsable. El proceso sinodal reciente ha puesto de relieve la catolicidad concreta de la Iglesia, visible en la pluralidad de ritos y tradiciones de las Iglesias locales y sui iuris. El ministerio del Papa, como garante de la comunión, asegura que esta diversidad legítima sirva a la unidad y no se convierta en fragmentación.

La sinodalidad no se reduce, sin embargo, a actitudes personales o al reconocimiento de carismas: también toma forma en estructuras y procesos que permiten el discernimiento comunitario. Sínodos, concilios y asambleas expresan institucionalmente el “caminar juntos” y ofrecen espacios donde todo el Pueblo de Dios —bajo la guía de los pastores— escucha al Espíritu para orientar la misión. Al mismo tiempo, Mir advierte que la falta de relaciones sanas entre generaciones o sexos y la exclusión de los pobres continúan siendo retos pendientes de afrontar.

La dimensión misionera atraviesa toda la reflexión sinodal. Sinodalidad y misión son inseparables: la Iglesia camina unida para anunciar el Evangelio en cada contexto cultural, fomentando el diálogo ecuménico e interreligioso y reconociendo la pluralidad de culturas como un don. Esta apertura invita a cada uno a relativizar las propias perspectivas y a valorar las aportaciones de los demás, del mismo modo que los instrumentos de una orquesta contribuyen con su timbre propio a una misma sinfonía.

En este marco, el ministerio jerárquico recibe una nueva luz: la autoridad es servicio y custodia de la comunión, orientada a hacer posible la participación de todos en el discernimiento. La Virgen María aparece como icono de esta Iglesia sinodal: mujer que escucha, discierne, se abre a los pobres y se pone en camino, anticipando el estilo de una comunidad misionera y misericordiosa.

En conclusión, los dos textos presentan una Iglesia que, fiel a su origen trinitario, está llamada a vivir la unidad en la diversidad a través del camino compartido. La sinodalidad, entendida como estilo de vida, estructura y experiencia celebrativa, ofrece el rostro de una comunidad que discierne, sirve y se abre al mundo guiada por el Espíritu. Es el camino del tercer milenio: un estilo para hacer de la Iglesia un hogar de comunión, un espacio de armonía y una misión compartida al servicio del Reino de Dios.

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