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De sabios y reyes

 “Después de que Jesús naciera en Belén de Judea, en tiempo del rey Herodes llegaron unos sabios de Oriente...” Mt 2,1

Con obsequios reales para el Infante, “el rey de los judíos”: oro, incienso y mirra. Puede ser que por eso, las representaciones de arte nos han acostumbrado a verlos con vestidos reales y coronados en contraste con el Infante que se acostumbra a representar medio desnudo: a menudo, las coses no son lo que parecen. Me fijo en los personajes anónimos del texto: sabios y reyes, sabiduría y realeza humana.

         La sabiduría es hija de la experiencia y se orienta hacia el comportamiento. ¿Quién es sabio?: aquel que ejerce la capacidad de escuchar, observar, hablar, comprender, siendo capaz de transformar todo esto en un estilo de vida. La sabiduría hace de la experiencia discernimiento, reflexiona sobre las grandes cuestiones humanas, intenta descubrir el significado y el sentido de la vida, de la convivencia, del sufrimiento, y de la muerte. La sabiduría consiste en la aceptación lúcida de la condición humana: débil, limitada, dependiente; y a su misma vez: firme, Valiente, libre. El pueblo es sabio: la habilidad de los campesinos, el ingenio del comerciante, la mano del artesano...; la belleza es un lugar vital de sabiduría por la experiencia acumulada, reflexionada, y aplicada.

La reflexión, la experiencia, la curiosidad... alimentan la sabiduría. El rey, quien gobierna, ha de ser sabio: ha de tener prudencia política por procurar la vida y la felicidad de todos los ciudadanos; el salmo 72 indica cuál es si misión: defender a los desvalidos, garantizar el derecho y la justicia. El signo de la realeza es el Servicio a la misión. Para Matero, unos sabios adoran al Infante; en el siglo III Tertuliano lo corona.

Gn 2 enseña que Adam recibe como don la administración del mundo y los preceptos: la creación es el marco de la vida humana, los preceptos don los signos de la sabiduría divina que quiere comunicar al Adam porque lo único que conoce la auténtica sabiduría es Yahveh: Él la ha establecido, por eso el cumplimento de la ley es un camino hacia la sabiduría, ya que la ley contiene su voluntad reguladora de las relaciones humanas, generadores de armonía y de bienestar. Se trata de un ejercicio de discernimiento, de escucha en la que contrastan puntos de vista con la decisión personal: saber qué hacer y porqué. La sabiduría es crítica con las idees recibidas, no las acepta sin más, invita a la reflexión crítica: a ser uno mismo, no a seguir el rebaño. Impregna las relaciones humanas de los valores que se desprenden al reconocer Yahveh como único Dios, al Infante Jesús como Hijo suyo, a Adam como partícipe. Por eso, la sabiduría es el máximo tesoro que uno pueda conseguir. Quien ejerza la realeza, el gobierno/ la administración de, ha de conocer la sabiduría del Infante: proteger a los desvalidos, ser garante del derecho y de la justicia.

         Estos sabios que vinieron de Oriente (de tierras extrañas), con gestos de reconocimiento de la realeza divina del Infante, encarnan los perfiles humanos de todas partes que hacen de los valores de tal reconocimiento una manera de vivir, de hacer, de convivir: hacen que sea una opción personal como la de los sabios de Oriente que siguen la estrella y esquivan pacíficamente las intenciones de Herodes: la estrella es la sabiduría que guía el comportamiento. No está de más representarlos con indumentaria real: la máxima ostentación humana, venida de tierra extraña, no ahorra la mayor ofrenda para el Infante: reconocerlo públicamente como Rey, como Divinidad, como Adam. Es decir, la sabiduría y la realeza, la gestión humana del día a día, puestas al Servicio de la convivencia.

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