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Hacia el otoño

Bashō escribe:

Por esta senda

no hay caminantes; solo

atardece el otoño          

Kono michi ya
yuku hito nashi ni 
aki no kure

Este haiku a menudo se traduce así. La traducción supone que prescindir de solo (que no aparece en el texto original) sería demasiado seco, demasiado descriptivo. El término solo marca la transición del paisaje a la idea y el desplazamiento de la sensación al sentimiento. Cualquier traducción reduce el poema pero (esperamos) no lo destruye. La tercera parte del poema (aki no kure) quiere decir en un sentido amplio: final del otoño, atardecer del otoño, movimiento del otoño.

El poema es clásico: incluye kigo (palabra de estación), sabi (rastro del tiempo) y wabi (sencillez). Bashō lo escribió poco antes de su muerte. La escena es concreta y simbólica. Este gran viajero sabía que el paseo llegaba a su fin. El camino está vacío porque el caminante está agotado. Este camino vacío es el destino final, ineluctable, acercándose a la luz del crepúsculo. El poema de Bashō también sugiere: en este camino no hay nadie más que el final del día. El día aquí equivale a vida. Es un camino obligado por donde se pasará un atardecer, entre el día y la noche, y siempre solo, forzosamente solo.

La melancolía del otoño es universal. Su esplendor, muy apreciada al Extremo Oriente, da a aquella melancolía unos tonos temblorosos. El otoño evoca la descomposición, la decadencia de todo. «Pronto nos sumergiremos en la fría oscuridada», dice Baudelaire en Canto de otoño. Este verso anuncia la frialdad de una muerte sin más allá. Este canto helado es el mensajero de un invierno cadavérico. Una red de metáforas macabras descansa implacablemente sobre el lector anonadado:

Ya oigo caer con esos impactos fúnebres
la madera resonante sobre el empedrado de las avenidas.
(...)

Escucho estremeciéndose cada tronco que cae;
el cadalso que construimos no tiene un eco más sordo.
(...)

Me parece, sacudido por ese choque monótono,
que un ataúd se clava con mucha prisa en algún lugar
¿Para quién? — Era ayer verano; ¡he aquí el otoño!
Ese ruido misterioso suena como una despedida.

Bayo Juyi también dio voz al otoño en los inicios del invierno. Mirando los bambúes ante la ventana de un amigo, dice:

No los cortes para hacer una flauta,
¡no los conviertas en caña de pescar!
Cuando todas las hojas estén secas,
te servirán para contemplar la nieve.

Excelente demanda de indulto, elocuente súplica contra la pena de muerte para los bambúes. Bayo Juyi proyecta el tema contemplativo hacia el futuro, en forma de plegaria sonriente.

Goethe tenía una visión ambigua del otoño, entre sol y sombra, desempeño y fatiga. Su Sentimiento de otoño evoca «la última mirada del sol materno», «los frutos maduros y las lágrimas» y acaba como «fuente de vida». ¿Quizás el secreto del otoño está en la belleza de un declive y la gracia de un final?

Que seductora parece la muerte
–en otoño, a la caída de una hoja

Dante Gabriel Rossetti

La conciencia de esta melancolía universal no impone nada. Probar el esplendor de los últimos fuegos de color no es meditar sobre la muerte. El eterno retorno cumplido y después reprogramado por el otoño es la vida misma. La estación de los frutos es madurez, sapidesa, continuidad más que sufrimiento, vejez y muerte. El tiempo natural es cíclico. La tierra gira cada día. El corazón late cada segundo. El vino es diferente cada año. Lo que sugirió Saint Lambert, que escribió antes del romanticismo:

El año cuando declina recupera su belleza,
el otoño tiene colores que no tenía el verano.

François Fabié, nacido el 1846 al Aveyron, nos dirá:
Prefiero el otoño a cualquier otra estación,
y prefiero los árboles llenos de nidos a las canciones
el lamento confuso y monótono
que hace el arpa dorada de los grandes robles amarillentos.

Cualquier atención a la naturaleza no puede ignorar el esplendor del otoño. Vamos más allá: vista así, la tristeza del otoño está impregnada de ligereza. Si la humanidad es frágil como una hoja, es como una hoja viva, que se estremeció y cantó a lo largo de las estaciones, durmió y veló, y que lentamente se desprendió, volando finalmente antes de caer. Homero comparó a los hombres con las generaciones de hojas, pero el ser humano es tan similar al árbol que atraviesa numerosas estaciones como la hoja que se cae año tras año.

Con todo, para Xin Qiji, la dulzura del otoño adquiere un significado completamente nuevo:

Cuando era joven no conocía el sabor de la tristeza.
Me gustaba subir hasta el piso más alto del mirador,
hasta el más alto.
Componer poemas donde me obligaba a hablar de tristeza.
Hoy he aprendido a conocer el sabor de la tristeza,
querría hablar,
tengo que hablar.
Pero solo diré: “el aire es dulce, qué otoño más bonito!”.

 

 

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