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Razones para creer en una Iglesia sinodal

El tiempo de Navidad y post Navidad está lleno de espacios y momentos, en especial el espacio de la Palabra de Dios, que iluminan el presente y el futuro del Santo Pueblo de Dios que camina por los caminos de esta dolorida humanidad y llena de contrastes que sacuden nuestros sueños y nos ayudan a despertar si es que todavía tenemos capacidad para despertarnos y levantarnos.

Parece que todos caminamos por una gran avenida iluminada por luces de colores que reclaman nuestra atención y nos llaman a entrar y consumir, comprar y llenar nuestras bolsas y mochilas de productos que hoy están y mañana se han marchitado, o no sirven porque no están de moda. Y casi todos somos víctimas de esos abusos comerciales que, desde el punto de vista económico, están bien justificados por la propaganda y el marketing. Especialistas en crear necesidades.

Quienes todavía conservamos por gracia de Dios el calor de la fe -el tesoro de la fe- tenemos la oportunidad de mirar más allá, iluminados por la luz del Evangelio de Jesús, que nos transmite una visión de libertad ante tantos reclamos que nos bombardean por tierra, mar y aire. Y esta luz nos hace sentir que somos nosotros mismos, porque nos libera y nos dice dónde está lo esencial.

Nuestra realidad es compleja y poliédrica. Complejidad que, en muchos casos, los gurús del ultraliberalismo y el materialismo quieren hacernos creer que es así para anestesiarnos y silenciar las voces proféticas que se alzan contra el consumismo, la escalada armamentista, las nuevas dictaduras tan sutiles que encadenan nuestra libertad y descartan a los más pobres porque ya no son útiles. Nos lanzan a una espiral de tedio, aburrimiento y sin sentido.

Pero en esta realidad tan desgarradora, que nos desconcierta, Dios ha bajado, se ha despojado de su dignidad de Dios hasta hacerse uno de nosotros. Se ha hecho carne de nuestra carne. Un niño pequeño vulnerable, débil que se encuentra bajo los escombros de las bombas y llora de dolor. Este hecho sólo lo podemos captar con los ojos de la fe y no encaja en el marco de nuestras visiones materialistas e indiferentes. En Jesús de Nazaret, Dios se ha bajado hasta tomar nuestra condición humana. La Comunidad cristiana -la Iglesia de Jesús- cada año celebra con gozo y esperanza esta experiencia. En la debilidad de un Dios encarnado, toda persona puede descubrir el profundo sentido de su misión en esta vida.

Tal y como ha dicho el Secretario General de la ONU, en varias ocasiones, el mundo de hoy está hirviendo, la humanidad gime por tanto dolor causado por guerras violentas que parecen no tener freno y traspasan los límites humanitarios; por las alteraciones climáticas que los países más pobres sufren con mayor fuerza; por la falta de recursos hídricos que en algunas zonas del planeta están causando estragos en los productos alimenticios; por las epidemias y el hambre que causan la muerte a niños y personas mayores; por las injusticias , persecuciones y recortes de los derechos humanos.No quiero pintar un panorama tenebroso del mundo de hoy. Existen brotes de solidaridad y deseos de paz, personas que dan la vida por un mundo más humano y por el respeto a toda vida humana. Organizaciones que trabajan en defensa de los más desvalidos.

Dentro de esa realidad que interpela, la Iglesia está llamada a ser “hospital de campaña”, “corredor humanitario”. El camino sinodal que nos ha trazado el Papa Francisco no podemos despreciarlo. No resulta fácil ser Parroquia, Comunidad Cristiana, Grupo de Fe, en estado de sinodalidad porque nos llama a conversión, a vivir en humildad, sencillez y simplicidad. Nuestro ego es muy poderoso y a todos nos gusta estar en el podio. Agacharse para ver qué hay dentro del sepulcro y descubrir que Jesús está vivo es un proceso que necesita tiempo, oración, paciencia  y  acompañamiento.

Es necesario que la comunidad cristiana se tome en serio la llamada a andar juntos si quiere ser una luz para la humanidad que busca un sentido al dolor, la angustia, las lágrimas de tantos inocentes y desplazados por el ruido de las bombas y los misiles. Ya no podemos tomar las decisiones sin mirarnos los unos a los otros, sin un diálogo sincero.

Si todo está interconectado y no nos salvaremos, sólo hace falta superar actitudes individualistas. Todos los hombres y mujeres de buena voluntad estamos llamados a hacer realidad el mensaje de paz y reconciliación, respetar y defender los derechos humanos que garantizan el camino de la paz, la igualdad y fraternidad para todos los humanos.

Los cristianos somos enviados para construir puentes de solidaridad, ternura, compasión, cordialidad. Necesitamos coraje, audacia y compromiso para acoger los desafíos del mundo actual y de una Iglesia que quiere andar en comunión, transparencia y colaboración, sin renunciar a su identidad pero también sin imponer o practicar una actitud de reconquista.

Por eso, creo en una Iglesia sinodal.

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