General

Resurgir cuando casi no queda nada

06 d'octubre 2016
Rosa M. Boixareu

Ez 37,1-14

Situación de lugar: finales del s. VI en Judea-Babilonia (?), deportaciones, destrucción, saqueo… se ha perdido todo, catástrofe política y teológica. Se pone en entredicho la confianza en las promesas de Jahvé, es un pueblo sin futuro que se pregunta: somos los elegidos/amados de Jahvé? El profeta hablará a un pueblo abatido por la situación donde el peso de la culpa (¿qué culpa?) agrava el sufrimiento humano.

Ezequiel describe la revitalización de los huesos secos en una imagen literaria de gran belleza, de impacto visual y vital: significa resurgir colectiva y individualmente a una nueva vida cuando casi no queda nada, siendo “la mano de Yahvé” (v 1) la que empuja Ezequiel a decir una “palabra” reconstructora que necesita sus operarios como en Gn 1, 26-27. Hay que leer el texto, volver a leerlo una i otra vez.

La actualidad necesita de esta lectura y su interpretación. Una sombra de abatimiento y desmoralización nos sobreviene cada día cuando los medios de comunicación ponen ante nuestros ojos una realidad que nos sobrepasa humana y teológicamente: el mar y la tierra se han convertido en un tormento y una sepultura no deseada para sus muertos, se han convertido en la burla de la vida y del bienestar, se han convertido, una vez más, en una sacudida a la responsabilidad personal y colectiva. ¿Adam es el amado por Dios?: pero, ¿Dónde está Dios? ¿Cómo puede tolerar este exceso de sufrimiento y destrucción? (Benedicto XVI en Auschwitz-Birkenau, 28 de mayo 2006).

A pesar de todo, Ez 37,1-14 dice que Dios es, está presente y es providente de la realidad, junto con todos nosotros: El hace que la sangre vuelva a circular, que la piel cubra, una vez más, los huesos descarnados, que la vida resurja cuando parece que todo ha terminado, y invita a “escuchar” (v 4). El profeta da un mensaje de esperanza, no de visibilidad de la divinidad como tal. Son necesarias “manos” humanas, operarios, que construyan el retorno a aquello que tendría que ser y no es: “Dios vió que todo lo que había hecho era muy bueno...”, Gn 1,31a.

¿Vamos como los discípulos de Emaús alejándonos de Jerusalén, de la realidad, con palabras de duda y lamentación, en vez de apostar por el bienestar? ¿Hay tal voluntad?