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Navidad, el imaginario colectivo

1 de desembre 2014

En las catacumbas de Santa Príscila, en Roma, se encuentra la que se considera la primera imagen de la madre de Dios (circ. 230 dC): con ella, una figura identificada con Balaam señalando una estrella, “…sale de Jacob una estrella, se levanta un cetro en Israel...” (Nm 24,17); algún autor relaciona la estrella y el cetro con David. En la narración de Balaam encontramos varios referentes simbólicos cargados de significación y algunos de ellos emparentados con las narraciones del Nacimiento: el ángel con una función enunciativa, la burra (la hembra del asno) símbolo de humildad y fortaleza (a pesar de que no siempre su imagen tiene un referente positivo), la estrella símbolo de la realeza y de la divinidad que el cristianismo lo interpreta en clave mesiánica (es la estrella del Benedictus de Lucas), el cetro símbolo del poder real (una realeza que “no es de este mundo”). Los Padres de la Iglesia se han ocupado de Balaam, del episodio de la burra y del oráculo de la estrella con interpretaciones diversas; Ireneo atribuye a Isaías la profecía. La referencia artística a la narración de Balaam la encontramos por ejemplo, en el capitel de San Zoilo de Carrión de los Condes, Palencia- circ 1100; el capitel de la catedral de Jaca, Huesca-circ 1100, el capitel del Panteón Real de San Isidoro de León-s. XII, entre otros.

En la mitología greco-romana los dioses se trasladan en carruajes suntuosos tirados por animales considerados nobles: caballos, palomos, leones, pavos, caballitos de mar, serpientes con alas, águilas... Jesús entra en Jerusalén encima un pollino (asno joven), un animal con controversia significativa que puede ir del ridículo a la representación de la majestuosidad. Este es el símbolo: la representación de aquello que no es pero sí lo significa, el símbolo captura la realidad diciendo algo de aquello a lo que se refiere. En el cristianismo, la estrella interpretada en sentido mesiánico, en sí misma es un astro pero tiene características que favorecen tal interpretación (luminosidad, presencia en la oscuridad, lejanía-proximidad, visibilidad, misterio...), también tiene unas raíces e historia cultural que hacen que sea algo más que un astro, sin dejar de serlo.

 

 

Francesc Camprubí en “El buey y el asno en el pesebre” (RCatT XIV (1989) 441-451), nos habla del sentido de la Navidad a través de la simbología del pesebre. Tanto se vale que el imaginario simbólico de la Navidad se ajuste o no a la realidad del momento histórico, el buey y el asno se han representado en el pesebre cerca del Niño en varias actitudes y expresiones. A Francesc de Asís -el Poverello, le pareció la cosa más natural poner un buey y un asno en el pesebre viviente que escenificó en la Misa de Navidad a Greccio en 1223. También hoy hay que ver en el ángel (“de alas doradas” del “Pesebre” de Joan Alavedra musicado por Pau Casals) el anuncio de la presencia del mismo Dios en la realidad, el anuncio de la posibilidad del encuentro entre la divinidad y la humanidad. Hay que ver en la estrella, la luz para irla buscando y descubriendo a pesar de la distancia; hay que ver en el asno la fortaleza y la humildad que pide cada momento del presente (sin olvidar que, si conviene, el asno puede morder y, a veces, lo hace); también hay que tener “ojos de buey muy abiertos, contemplatius, para ver un poco, a la vez que pensar humildemente, el inescrutable mirabile mysterium de la Navidad” (sic).