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El Arco Iris: Gn. 9, 12-16

23 de octubre 2018

“Y dijo Dios: Esta es la señal del pacto que yo establezco entre mí y vosotros y todo ser viviente que está con vosotros, por siglos perpetuos: mi arco he puesto en las nubes, el cual será por señal del pacto entre mí y la tierra. Y sucederá que cuando haga venir nubes sobre la tierra, se dejará ver entonces mi arco en las nubes. Y me acordaré del pacto mío, que hay entre mí y vosotros y todo ser viviente de toda carne; y no habrá más diluvio de aguas para destruir toda carne. Estará el arco en las nubes, y lo veré, y me acordaré del pacto perpetuo entre Dios y todo ser viviente, con toda carne que hay sobre la tierra.”

La causa del diluvio es el quebrantamiento de la harmonía creacional. Todos los seres vivos están implicados en ello: hombres, animales, plantas. Es decir, el mal que amenaza la creación es un mal que implica toda la creación y que el texto tipifica con el nombre de “violencia” (6, 11.13): lo contrario de ser “justo”, de “seguir los caminos de Dios.”

Considero dos escenarios que convergen: el Adam es el único ser creado con capacidad de escuchar, comprender Dios (Gn.1, 26-27) y decidir qué hace con esta peculiaridad tan distintiva; es responsable de gestionar la armonía de la creación, siendo esta una realidad que se mueve entre lo personal y lo social, entre lo particular inserido en la convivencia: imposible desvincular este ser justo de las implicaciones sociales que nos y se corresponden. A la vez, esta creación se estropea por causa de estilos divergentes atribuidos a Noé y que cierta literatura intertestamentária busca los orígenes (por ejemplo, la descripción que hace el Testamento de Rubén de los espíritus buenos/malos). Sea como sea, lo cierto es que a la capacidad para hacer el bien, de le añade la capacidad para no hacerlo, o bien, la capacidad de hacer el mal directamente, y tanto la una como la otra se hacen evidentes a lo largo de la historia humana. Capacidades, pero, modeladas por muchas circunstancias que pueden matizar tanto la una como la otra, y que ahora no es el momento de entrar con más profundidad. Sí, tener en cuenta. 

Más allá de la consideración metrológica sobre el Arco Iris (“las gotas en la dirección indicada y que hayan rayos solares...”), popularmente, cuando lo vemos nos sale exclamar de forma espontánea “Míralo”, sabiendo que anuncia el fin de la tempestad. Con una sensibilidad más afinada, uno ve el puente entre el cielo y la tierra, es decir, todo lo que concierne a la humanidad no está desvinculado del mundo que la trasciende, de aquel mundo donde el misterio tiene la última palabra dejándose ver y escondiéndose pero para nunca ser descubierto del todo. Hay aún otra sensibilidad, que es la del libro del Génesis; el arco simboliza la alianza que Dios hace con “todos los que viven en la tierra”, Dios se reconcilia con la debilidad humana (“las aguas del diluvio no volverán nunca más a exterminar a nadie”, vv. 15): signo de transigencia con las carencias humanes muestra la disponibilidad divina hacia el perdón, ¿hacia quien trasgrede la gestión del bien?

Relacionando sensibilidades, el Arco Iris, este puente entre el mundo de los hombres y el mundo que lo trasciende, el festival de colores con el que se muestra es una señal de confianza, del fin del mal tiempo: el retorno hacia el bien es posible y Dios lo abala.