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Cine y transcendencia

13 de gener 2016

Prácticamente la totalidad de religiones se autocomprende bajo el signo de diálogo: diálogo de la divinidad con la humanidad en forma de revelación, diálogo de la humanidad con la divinidad vehiculado para la plegaria, diálogo del maestro con el discípulo en visitas a la iniciación, diálogo de la comunidad de creyentes con el conjunto de la sociedad donde esta está ubicada, intercambio entre las diferentes espiritualidades a través del diálogo interreligioso... Esta dimensión dialogal es tan consubstancial que casi podríamos decir que no existe religiosidad si eliminamos la capacidad de establecer un intercambio a través de la palabra y los gestos. 

Aun así, este diálogo puede adoptar diferentes registros, que van desde la abstracción característica de la teoría plasmada en un modelo teológico, hasta el recurso simbólico utilizado en una liturgia, pasando por la palabra acogedora de la práctica pastoral. Ahora bien, parece lógico pensar que la narración es el recurso privilegiado. Y es que el ser humano, desde los orígenes, siendo debilitado por los relatos, como si las historias tuvieran un poder aleccionador del que no disponen otros dispositivos. Incuestionablemente una narración tiene una capacidad de transmisión que deja huella en nuestras vivencias. Por esto los verdaderos maestros espirituales parecen tener una predilección por los ejemplos antes que por la teoría, por las parábolas antes que por la especulación. 

 

 

Debe ser por esto que el cine es una herramienta tan poderosa. Visionando películas que uno introyecta, casi de forma inconsciente, las cuestiones esenciales de la existencia humana: las determinaciones de nuestra vida a través de las decisiones que tomamos, las consecuencias de nuestros actos, los tipos posibles de relación que somos capaces de establecer y su incidencia en nuestra identidad... No siempre encontramos los motes para decirnos y decir a los otros nuestras vivencias más profundas, pero no por esto nos vemos abocados al mutismo.

 

 

También la dimensión transcendente de la existencia encuentra en el cine un medio para hacerse visible: la capacidad de sugerir, la propensión a insinuar y dejar que el espectador reflexione nos saca de vivir como prisioneros en la inmediatez y se nos abre un más allá donde poder oler la sacralidad.