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Una mirada teológica a la pederastia en la Iglesia

08 de Juny 2020

Estos últimos años han salido a la luz miles de casos de pederastia producidos en el seno de la Iglesia. No ha sido una moda pasajera constatar estos pecados criminales cometidos, en muchos casos impunemente, por diferentes obispos, presbíteros, religiosos o laicos con responsabilidades en las comunidades cristianas. Este hecho doloroso nos invita a una reflexión teológica sobre la pregunta que muchos creyentes nos hacemos: ¿cómo es posible que no se hiciera nada?

No soy ningún experto, tan solo un padre de familia preocupado por una mentalidad que ha ocultado estos abusos sobre los más débiles de nuestras comunidades: nuestros niños. Hay que seguir en el cambio que inició Benedicto XVI y que, con graves dificultades e incoherencias, el papa Francisco quiere llevar a cabo en la Iglesia (carta en el pueblo de Dios del 20/08/2018). José Carlos Bermejo i Marta Villacieros han analizado y descrito la complejidad de la pederastia en su libro Doble drama. Humanizar los rostros de la pederastia (PPC 2012). Es una lectura que recomiendo porque se centra en el sufrimiento de las víctimas e introduce el relato de los abusadores en la explicación del cómo. De hecho, esperando que en nuestra casa se haga un estudio profundo de estos crímenes, querría destacar dos elementos teológicos del cómo:

 

Un elemento es el poder que el clericalismo ha dado al sacerdote o religioso sobre un niño como apunta Hervé Legrand en un artículo sobre abusos sexuales y clericalismo (Études, abril 2019, 81-92). Desterrar el clericalismo implica reformar la autoridad y el poder clerical, recogiendo unas palabras del Papa Francisco. A esta deficiencia institucional que señala Legrand, yo añadiría una concepción teológica del natural frente al sobrenatural, una concepción que H. de Lubac desmontó pero que sigue tristemente vigente. A los pederastas se los ha protegido (como recogen las indagaciones expuestas por el presidente de la Conferencia Episcopal alemana y arzobispo de Munich y Frisinga, el cardenal Reinhard Marx) al considerar su pecado como un hecho “natural” –reprobable pero natural- que no puede interferir en una vida entregada a lo sobrenatural, su servicio divino. Esta mentalidad está detrás de la práctica de trasladar abusadores de una comunidad a la otra para “tapar” el escándalo, y otras prácticas silenciadoras de las víctimas. Pero, “no hay nada escondido que no se tenga que descubrir, ni nada secreto que no se tenga que conocer.” (Mc 4,22).

 

Otro elemento gira en torno al escándalo. Guilhem Causse, en un artículo denominado “Las víctimas del abuso y la Iglesia. Justicia y Perdón” (Études, mayo 2019, 69-80), habla del escándalo de los pequeños, las auténticas víctimas que reclaman hoy justicia como paso previo a que la Iglesia les pida perdón. Perdón pedido por el Papa Francisco en el encuentro sobre la protección de los menores con los presidentes de las conferencias episcopales y que tiene que ir acompañado de acciones y de cambios de mentalidad. Hay que cambiar el sentido del escándalo que supone la pederastia. En la mentalidad que opone natural y sobrenatural, los pequeños son los creyentes que tienen una fe (sobrenatural) débil –y no tienen que ser escandalizados al hacerse públicos estos casos- o la debilidad del clérigo –que tiene que seguir al servicio divino (sobrenatural), huyendo del escándalo. H. de Lubac, siguiendo a santo Tomás de Aquino, nos dice que es en lo natural donde se manifiesta lo sobrenatural. Cuando Jesús afirma que Dios se manifiesta en los pequeños (Mc 9,33-37) según J. Gnilka no habla de otro tipo de personas que los niños, los más débiles por naturaleza, puestos en el centro de la acogida. El escándalo en la fe es el que sufre la víctima, en su naturaleza ultrajada.

 

Jesús ya nos advirtió sobre los fariseos (la hipocresía de querer parecer inmaculados) y de Herodes (el placer que aporta el poder) que endurece el corazón (Mc 8, 14-21). Por eso, los responsables de evitarlo, a pesar de tener ojos y orejas, no veían ni escuchaban el sufrimiento de los pequeños, los escandalizados. Tristemente porque todavía tenemos un largo camino de metanoia para hacer. Más aún cuando una de las peores condenas de Jesús es: “quién hace caer en pecado uno de estos pequeños que creen en mí, más le valdría...” (Mc 9,42). Seamos valientes para llevarla a cabo.