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Esto era y no era

02 de març 2016

En nuestro camino cuaresmal hacia la alegría de la Pascua, uno de los textos que la liturgia nos ofrece es la parábola del hijo pródigo. El tiempo de Cuaresma es como un viaje por el desierto hacia la tierra prometida. Pero este viaje no se hace por los caminos y los pueblos de nuestra tierra, sino que se realiza a través de la geografía de nuestro corazón. 

No existe nada tan valioso para conocer nuestro mundo interior como los cuentos, las historias, las narraciones, las parábolas. Cuando Dios se encarnó en Jesús, a través de los evangelios se hizo también literatura, se hizo cuento, se hizo parábola del Reino. 

 

 

Algunos de los evangelios nos dicen que a Jesús le gustaba rezar solo, tener momentos largos de silencio. Es difícil imaginar este coloquio de Jesús con Dios. Sus discípulos nos dicen que Jesús en estos momentos de interiorización se dirigía a Dios como “Abba”, Padre. 

 

 

Posiblemente fue en uno de estos coloquios silenciosos y amorosos, donde Jesús se inspiró en la parábola del hijo pródigo. La contemplación transformó a Jesús en un poeta, en un narrador de parábolas y cuentos. 

 

 

Jesús sabía que la vida era como un viaje hacia la tierra prometida, hacia la casa de aquel Padre bueno que él pensaba noche y día dentro de su corazón. Jesús se dio cuenta de que si hablaba con un lenguaje de dogmas, o con moralismos no llegaba a la gente; y por eso, cuando un día unos fariseos mormuraban porque muchos no cumplían la Ley y las tradiciones, se acercaban y escuchaban a Jesús embelesados, el empezó un cuento: 

 

 

Un hombre tenía dos hijos. El mayor sensato, cumplidor, siempre en casa, siempre trabajando; en cambio el pequeño quiere conocer la vida, quiere irse a la aventura. Otros cuentos que todos conocemos tienen el mismo esquema. Algunas veces en los cuentos son dos los hijos, y otras tres. “Un leñador tenia dos hijos”, es el inicio del cuento de Hansel y Gretel; “un rey tenía tres hijos, el más pequeño era Bernardito”, empieza el cuento mallorquín de la Flor romanial. Dos hijos o tres hijos, pero que en realidad es una sola persona. Los personajes de los cuentos no son sólo fantasía, son parajes de nuestra geografía interior. El día menos pensado nos podemos encontrar actuando de la misma manera que el hijo pequeño de la parábola de hoy, o que seamos como Hansel y Gretel, felices y contentos de hartarse con la casa de chocolate, sin saber que hay una bruja dentro. 

 

 

Pero, por muchas brujas que haya en las casas de chocolate, por muy mal que lo pase Hansel dentro de la jaula, o por mucha hambre que tenga el hijo pródigo guardando los cerdos, nunca todo está perdido. Siempre es posible el retorno a casa. 

 

 

Quizás necesitábamos hacer la prueba de salir de nuestra casa para valorar más lo bueno que teníamos allí; como en la narración de El Principito, necesitaba viajar por todos los planetas, para conocer, al final, el valor de nuestro planeta y de nuestra rosa, porque en casa tenemos a los que hemos domesticado y a los que nos han domesticado, en casa tenemos a nuestros amigos de los que nos sentimos responsables. 

 

 

El hijo pequeño, privado de comer, hasta el punto que, si pudiera, se comería las algarrobas de los cerdos, pero entra dentro suyo y reflexiona: “Cuántos jornaleros de mis padres tienen pan de sobras, y yo a aquí muriéndome de hambre”

 

 

El hambre de pan como en Hansel y Gretel, o el hambre de aventuras que es lo que hace que salgamos de casa, pero también es el hambre la que nos hace volver a casa. El hambre de encontrar un sentido profundo en la vida, que no es ni más ni menos, el saber que somos únicos a los ojos de alguien. 

 

 

Descubrir que somos queridos y únicos a los ojos de nuestros amigos, que somos queridos y únicos para Dios del cielo, que nos espera como el Padre de la parábola del Hijo pródigo, que se le remueven las entrañas cuando le ve volver, y que se nos tira al cuello, nos viste con los mejores vestidos, nos pone cordero, y hace matar una ternera. Esto es el Reino de Dios, esto es haber encontrado la piedra filosofal, el árbol de la vida, la flor romanial. 

 

 

Es necesario quizás salir de casa para hacer un viaje, pero sólo volviendo a casa con las joyas de nuestra experiencia podemos encontrar un sentido a nuestra vida. Esto es lo que no entienden los fariseos, esto es lo que no entiende el hijo grande de la parábola, esto es lo que no entendemos nosotros muchas veces. 

 

 

Pero volver a la casa del Padre, en los cuentos, no significa quedarse como cuando éramos niños, quiere decir que nos convertimos con el Padre bueno. Aquel que sabe acoger, aquel que ha aprendido a perdonar, aquel que ha aprendido a abrazar, aquel que quiere que toda la familia se siente a la mesa, tanto el pequeño como el mayor.

 

 

Como sabía muy bien Jesús, los cuentos y las historias no son sólo fantasía: son parajes de la geografía de nuestro corazón. Por eso las historias mallorquinas empiezan diciendo “esto era, y no era”, porque los cuentos aunque sean imaginarios, nos cuentan lo que verdaderamente cuenta en nuestra vida.