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El hijo del hombre glorificado

03 de abril 2015

A lo largo de la historia de la Salvación, Dios ha mostrado reiteradamente su gloria pero es en la cruz cuando Dios manifiesta plenamente su gloria porqué es ahora cuando nos dice, sin velos, hasta qué punto Dios ama a la humanidad. Por esto, en la Pasión y muerte de Jesús encontramos, no sólo el recuerdo de unos hechos históricos acontecidos en el siglo primero de nuestra era, sino también la revelación definitiva de un Dios que por amor se hace débil, frágil y vulnerable.

Para entrar en este misterio de un Dios que se hace débil, es necesario tener en cuenta la idea de la fuerza de Dios que impregna todo el Antiguo Testamento. Recordamos, por ejemplo, el éxodo donde la fuerza de Dios libera a su pueblo de la esclavitud en Egipto. El texto nos muestra un Dios que no conoce el imposible. Ahora, en la pasión de Jesús se hace presente la debilidad de Dios. De repente, nos vemos abocados a la más grande de las paradojas. Imaginemos el impacto de los discípulos que ni pueden imaginar un Mesías débil, vulnerable, frágil...

 

En los milagros de Jesús, ellos habían visto la fuerza de Dios y en las curaciones de su oposición al mal. Por esto, seguían a Jesús, habían visto en él, el Ungido de Dios, que actuaba revistiendo su fuerza. Ahora, aquel Jesús que cura a todos no se sabe defender, se ve tragado por el mal, se hunde en la muerte. Esto, rompe todos los esquemas de las enseñanzas recibidas. No es raro que los discípulos no lo pudieran entender y huyeran. También resulta difícil que nosotros lo entendamos hoy, ya que Dios será siempre un Dios desconcertante que hará añicos todos los esquemas.

 

 

Así mismo, los discípulos sabían que el mesías se opondría al mal y lo vencería definitivamente. Sin embargo, ahora veremos que pasa justo lo contrario. Dios no destruye, no farda de poder sino que se deja escarnecer por los poderosos del momento. Estamos delante de la paradoja que encontramos también en nuestro mundo: la justicia se ve pisoteada, el derecho ultrajado, y Dios parece no ocuparse de los suyos. Nosotros, hoy somos invitados también a vivir el misterio de la debilidad de Dios. Pablo lo entendió así cuando decía: Porque cuando soy débil es cuando realmente soy fuerte (2Co 12,10)

 

 

La debilidad de Dios es su apuesta por el ser humano. La cruz nos manifiesta este amor salvador por encima de todo, esta irresistible confianza de Dios en cada uno de nosotros es una llamada a hacer nuestra apuesta personal por este Dios desconcertante, un Dios más grande que todo lo que nos puedan decir de él. Y esta apuesta pasa por dejarnos desconcertar por él en nuestra vida cotidiana. Cuesta de entender pero Dios no nos pide que entendamos, sino que nos fiemos.

 

 

Vale la pena decir que no es fácil entrar en la contemplación de un Dios fuerte que voluntariamente se hace débil, un Dios incompatible con el mal que ahora se encuentra rozando al mal y un Dios de Vida que ahora cae en la trampa de la muerte. Los discípulos necesitaron que la fuerza de resurrección de Jesús les abriera los ojos, aquellos ojos que no sabían ver. Entonces entendieron las Escrituras y serán capaces de seguir al Maestro. Ojalá, estos días pascuales sean para nosotros un tiempo propicio para adentrarnos en la Palabra de Dios y dejar que Dios nos abra los ojos y el corazón. Sólo a partir de aquí es posible el seguimiento.